UN CARTEL VIRTUAL
Auteur: IZAGUIRRE Maria Antonieta
UN CARTEL VIRTUAL
UN CARTEL VIRTUAL
¿Cómo no admitir lo real, real por el hecho de que en este asunto ponemos allí nuestra piel?
Lacan, Seminario XXI, clase del 18/12/73
El cartel es un dispositivo por el cual se lleva a cabo un trabajo de elaboración sostenido por un pequeño grupo al cual Lacan le asignó un nombre: cartel. En el Acta de Fundación del 21 de junio de 1964 lo describe así: “Para la ejecución del trabajo adoptaremos el principio de una elaboración sostenida en un pequeño grupo. Cada uno de ellos se compondrá de tres personas como mínimo, de cinco como máximo, cuatro es la justa medida. Más una encargada de la selección, la discusión y el destino que se reservará al trabajo de cada cual”.
Es así que, cuando aceptamos participar en un cartel, ello nos enlaza con un deseo y una proposición hecha por el mismo Lacan; hay una tradición en juego, hay un real en juego como en todo lo que tiene que ver con el psicoanálisis.
El compromiso, en el sentido de palabra comprometida, es una condición para cada quien que lo asumió, y también con el colectivo, sea este escuela, asociación, o como se haya denominado la agrupación de los analistas que aceptó darle un espacio y una inscripción. Es un compromiso mediado por la palabra, es una inscripción simbólica del deseo.
Un cartel virtual es para mí una experiencia novedosa. Los carteles en los cuales he participado a lo largo de mi pertenencia a la Escuela del Campo Freudiano de Caracas (ECFC) de 1983 a 2000 y al Foro del Campo Lacaniano de Venezuela (FCLV) de 1999 hasta el presente, tuvieron como fuerza cohesionadora el deseo de saber como eje de la elaboración de cada cartelizante, y el de agregar a la construcción del saber de la asociación donde registramos el trabajo. Hay que anotar que las y los participantes, compartíamos lazos derivados de nuestra convivencia en otros espacios de la vida profesional y del psicoanálisis, tales como seminarios, conferencias, jornadas, y también con los avatares de la cotidianidad de la ciudad y del país.
Me pregunto, en esta ocasión, ¿qué nos une cuando aceptamos el compromiso de sostener juntas un trabajo con el psicoanálisis, cuando distancia geográfica y horarios podrían dificultar una tarea que requiere presencia y continuidad? Al no compartir cotidianidad, entonces, ¿de qué está hecho el lazo que, sin embargo, se construye? Ahora, frente al momento de concluir respondería: el deseo de saber, el deseo de psicoanálisis y, hay un más allá, diría que, sosteniéndolo, tenemos lo común del lenguaje compartido. Si bien no estamos en cercanía geográfica, hay un territorio que nos es común y nos hace comunes: compartimos el idioma, el castellano y lo que cualquier lenguaje transporta. Captamos inmediatamente un chiste, una canción, un dicho popular, con sus modalidades regionales. El lenguaje común, esa lengua que nos es familiar, teje un afecto que cohesiona y anima cada una de las reuniones. Se trasciende así el hecho de que estemos en Bogotá, Atenas, Buenos Aires o Caracas. Se crea un lazo afectivo, en parte porque nuestras “reuniones” se hacen desde nuestras casas y algo de la intimidad se cuela. Así como se crearon lazos afectivos con los integrantes de muchos carteles en los cuales participé en esa historia con la ECFC y con el FCLV, siento que aquí, en este espacio virtual que brindan la tecnología y la ciencia, hay una presencia que fomenta la empatía, el cariño, el interés por la persona y el cuidado. Como siempre, se levantan una inquietud y una nueva pregunta: ¿participa en esta situación algo del género?
Considero que a un o una psicoanalista le es necesario tomar parte, junto a otros, en la tarea de la transmisión del psicoanálisis. Recuerdo cuán importante fue para mí algo a lo que en el tiempo de mi análisis le di muchas vueltas. Me refiero al ideal que luego se transformó en deseo de contribuir a la formación de analistas y aportar algo para que el psicoanálisis perdure en el tiempo, siguiendo el deseo de Freud. En este sentido, el cartel fue el mecanismo para participar en una comunidad de experiencia tal como definimos a una asociación psicoanalítica. Fue el medio para compartir el trabajo, inicialmente de la AP-JL, de sus avatares y de la construcción de una nueva asociación: Le pari de Lacan. Gracias a las traducciones precisas y elegantes de Aída, una de nuestras compañeras de cartel, nos acercamos a textos cuyas autorías son de colegas psicoanalistas de la AP-JL y posteriormente de Le Pari y, gracias a la diligencia, la gentileza y el trabajo de Madelyn, otra de nosotras, participamos, a pesar de la distancia, en dos o tres seminarios llevados a cabo en Atenas. De esta manera las cuatro integrantes del cartel disfrutamos de estar incluidas en un movimiento cuyo fin es la transmisión y la formación. Fue una forma de romper con la soledad, el aislamiento, en beneficio de sostener el acto analítico. Y también, como elemento importante, estuvo la participación de Matilde, desde Buenos Aires, que nos recordó permanentemente que siempre hay que preguntar, que nunca hay que abandonar la frescura cuando se trata del psicoanálisis.
Inicialmente, en el momento de constituir el cartel, el objeto giraba en torno a la experiencia del pase, su sentido clínico, sus efectos sobre el sujeto, sobre la comunidad analítica y fuera de ella. En mi caso, me interesaba particularmente interrogar los efectos sobre la transmisión clínica psicoanalítica de ese pasaje de lo privado a lo público que constituye el testimonio del pase. Construir un pequeño saber con respecto a ese sujeto del cartel requirió de una variedad de lecturas de textos donde se despliega la enseñanza de Lacan, lecturas complementarias, textos freudianos, textos recientes elaborados por miembros de la AP-JL , de Le Pari. Todos sobre el pase, el dispositivo, el sujeto analizante, el pasador, el pasante.
Así, tuvimos la ocasión de escuchar en cada una de nuestras reuniones la transmisión de los aportes de cada una de las integrantes del cartel, sus lecturas y experiencia. Se fue desarrollando entonces un tejido, una elaboración alrededor del objeto, con los hilos de cada uno de los sujetos de cada una de las integrantes del cartel. En un momento nos percatamos de que teníamos que dar unas cuantas vueltas al asunto del deseo, por lo que pasamos a dar lectura al seminario VI, El deseo y su interpretación (1958-59). Nos percatamos, aunque eso no lo planteamos de esa forma ni con esas palabras, y aquí doy mi opinión, de que era imprescindible seguir la construcción lacaniana de un concepto fundamental como es el deseo y su efecto sobre el dispositivo inventado por Freud, enmarcado en el desarrollo de la estructura del lenguaje y la palabra, y su preexistencia lógica al sujeto. Si bien el dispositivo es la dupla asociación libre – interpretación, indudablemente ese dispositivo está sostenido en el deseo con todas sus variantes: el deseo inconsciente, el deseo de saber, el deseo de análisis, el deseo del analista, el deseo del analizante, el deseo del Otro. Y trabajar sobre el concepto nos lleva a la construcción que va desarrollando Lacan a lo largo del seminario. Se van articulando otros conceptos tales como la demanda, el fantasma, y proponiendo grafos, fórmulas, en ese gran su gran esfuerzo de formalización de la experiencia.
Si algo se me hizo evidente fue la conexión entre mi sujeto de cartel y el asunto del deseo. ¿Qué transmitir de una experiencia, de un recorrido que suele no documentarse, pero que el analista que dirigió esa cura es fiel a la importancia de la transmisión y, si es parte de un esfuerzo común como es el de una escuela, una asociación, siente como deseo y no como obligación, la necesidad de formalizar, de alguna manera, ese recorrido que acompañó y del cual, en alguna medida, fue responsable? Si la tarea analizante prepara el acto analítico, la tarea del analista traducido en acto, lleva a un deseo de transmitir algo de eso que se llevó en la intimidad del dispositivo. Por parte del analizante, lleva, y no es obligatorio, a presentarse al dispositivo del pase. Y también el analista que estuvo allí se ve impelido de reflexionar y transmitir algo de esa experiencia y, en general, de su práctica clínica. Si en el dispositivo el analista no piensa, algo de una formalización, de un pensar, se busca transmitir y ese pequeño campo de saber logrado, debe ponerse en juego. Cuando quien se presenta al pase es alguien que por mucho tiempo ha sostenido una práctica clínica, ve transformado, en su práctica, el acto analítico y también la transmisión. Entre otras cosas, hay un efecto de humildad y de cuidado. Después de un pase hay una transformación de la escucha , de la práctica y del dar cuenta de esa práctica.
Como todo lo que tiene que ver con el psicoanálisis, y agradezco muchísimo a mis compañeras que asumimos el trabajo, este cartel virtual resulta una empresa que tiene sus riesgos, sus tropiezos y vicisitudes, más aún, cuando nos apoyamos en una tecnología con sus estabilidades e inestabilidades, y sin ser expertas ella. Al fin y al cabo es una aventura, quizás la podemos escribir una a-ventura, con su arista de riesgo, de porvenir, fortuna, dicha, suerte y contingencia. Donde lo real está allí.
Un recorrido tiene su tiempo. Nuestra Más una, Aída, hizo la lectura sensible y pertinente del proceso de la elaboración y del trabajo, y nos llamó a la conclusión. Es lindo que el momento de concluir, aun cuando implica un cierre, deja algo más que un poquito de saber, deja el vínculo afectivo que hace de lo distante una cercanía y un entusiasmo para continuar e iniciar una nueva aventura.
María Antonieta Izaguirre
Caracas, 8 de mayo de 2019